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Pocas pegas debe haber en este mundo más nobles y cabronas que ser cartero. Recorrer cuadras y cuadras entregando cartas, documentos y cuentas, requiere de cierta madera que no está presente en todas las personas de este mundo.
Correr por las calles arrancando del perro, ser el paño de lagrimas de la dueña de casa, o batirse con los conserjes de los edificios por la conducción de la correspondencia, son cosas que ciertamente a cualquier persona le forjan el caracter.
Y todo por la módica súma de 100 pesos, que segun tengo entendido es el valor de la conducción de la correspondencia.
Cuando chico recuerdo al cartero que llegaba con las escasas misivas y telegramas a nuestro hogar en Chuquicamata. Ya fuera a mediodia o en la tarde, traía toda la informacion importante que, en una época en que el telefono era casi extraterrestre y el correo electrónico, algo que ni siquiera se vislumbraba en nuestras mentes.
Y al medio del desierto, métale sol 360 dias al año, calor, unos remolinos llenos de polvo seguidos de un viento que calaba los huesos, sobre todo en meses como agosto y septiembre, no era el mejor escenario para realizar tan importante profesión.
Pero los días lunes y jueves llegaba el hombre, de piel morena y dueño de una mirada prehispánica curtida por el sol. Asimismo un tanto regordete y con manitos de empaná.
Y lanzaba su grito característico.
No entraba al jardín porque el 90% del tiempo la Mugrienta estaba ahi. No podiamos decir que el can aquel estuviera en actitud amenazante, pero si dispuesta a revolverle el gallinero y no dejarlo meter los sobres debajo de la puerta.
Ahí tenia uno que sacar monedas del cenicero de madera del comedor, para cubrir el importe de 25 pesos por sobre recibido. Como era raro que nos encontrabamos en la casa siempre el hombre se llevaba entre 100 y 150 pesos, una pequeña fortuna en esos tiempos.
Y yo me quedaba con la perorata de mi vieja, que había que darle siempre mas dinero, porque nunca estabamos cuando el pasaba, y que el pobre hombre y su caminata por el campamento, y el correo, el concreto, sus zapatos con hoyos y la mano callosa entre otros elementos discursivos, que en su caso, también eran aplicables a otras honorables profesiones, como vender parche curitas en las micros, y la viejita que pasa la colecta de la misa, entre otras.
El cartero en tanto, seguía con su diaria repartija... y el almuerzo se enfríaba en la mesa de Domeyko 303...