Tuesday, September 08, 2009

Laura Nyro y New York Tendaberry; un perfecto acompañante para las mañanas más oscuras



Si no hubiese conocido a Laura Nyro a una relativa temprana edad, o si no me hubiera pegado en su segundo disco por más de 10 años, (desde que estaba en tercer año de universidad más específicamente) O si no dudara que "Eli & The Thirteen Confession" es uno de los mejores discos que lisa y llanamente he escuchado en la vida, diría simplemente que "New York Tendaberry" es música del diablo. O el legítimo producto de un pacto a mansalva con Satanás.

Y lo tiene todo; una sublime belleza, una interpretación brillante, pasajes oscuros, tristes, cánticos a la divinidad, unido a secciones orquestadas concebidas para ser ejecutadas por cualquier ente del inframundo, con excepción de los ángeles.

En 1969 Laura, que a la sazón contaba con 21 años, se encontraba en la máxima expresión de su genialidad. Se había transformado en una cantatutora que refulgía con luz propia, y que tomaba lo mejor del jazz y gospel, con lo más granado del soul y lo plasmaba con su própio y genuino talento.

El resultado era un amalgama único, distintivo y fácilmente reconocible, y que con el paso del tiempo y en conjunción con Joni Mitchell, terminaría sentando el precedente más importante sobre la musica femenina de los últimos 40 años.

Es en ese momento cuando decide dar vida a su más ambicioso proyecto; una propuesta de canciones, todas de su autoría, con una correcta ejecución y con dirección más arreglos orquestales que corrían por cuenta suya.

El resultado fue New York Tendaberry. En el disco se destacan temas como Save The Country, Gibsom Street, Captain of Dark Mornings y Time and Love. Todos ellos concebidos de manera un tanto visceral pero con arreglos finamente trabajados. En ellos hay silencios que aportan. Música que sostiene letras que dan vida a emociones intensas, precisas y a ratos absolutamente demoledoras.

En sintesis, todos los temas resaltan, por todas las razones antes mencionadas. Pero dos son los huilos conductores, que convierten a "NY Tendaberry" en la completa maravilla que es. Un piano delicado ultra íntimo, pero a la vez violento y recalcitrante. Y lo segundo: cierta omnipresente oscuridad que tiende la mano al auditor, y que lo invita a refugiarse en ella, en sus horas más violentas, tristes y desesperadas.