Tuesday, February 13, 2007

El Shileno Patiperro; una gran pestilencia

“Pedro Plaza estaba en las últimas, en la cochina calle, y acababa de vender su ropa usada, pero tenía una capacidad infinita de derroche, de gasto inútil. Entró, pues, al hotelucho ese, palpando en el bolsillo los billetes nuevos que acababa de cobrar de un ropavejero, y pidió un Calvados, un “calva” de buena marca,

-Y usted –preguntó la gabacha-, ¿No parte?
-No madame. Soy chileno.
-Pues no se le nota. ¿Es grave eso?
-No es una enfermedad, madame, es una nacionalidad”

“El Inútil de la familia” de Jorge Edwards.


Leí esas palabras de Edwards, en una de las mejores contratapas que he encontrado en un libro, se trata de la edición de “Criollos en París” del tío del aludido, Joaquín Edwards Bello, vuelta a lanzar al mercado a un precio bastante accesible, por Aguilar Editores.

Es la historia de chilenos en el extranjero, los mismos que ahora transcurridos 74 años desde primera edición del libro, en medio del exitismo económico post Pinochet, el mar de deudas al cual se acostumbraron las familias a nadar mes a mes y la emergencia de la clase media, nos dan el coraje y las patas para salir a conocer el mundo, y mostrarnos frente a él no sin cierta cuota de insolencia y descaro.

A juzgar por el texto de Edwards Bello, nada ha cambiado. Ni esos aires en insolencia dados por el otrora fuero diplomático –convertido ahora en ese chileno nuevo rico, canchero y prepotente al peo, en billeteras con dinero constante y sonante, y en ese “shilean-american way of life” , ignorante, retrógrado, provinciano y farandulero, como tampoco en ese chauvinismo barato, un tanto tarado, recalcitrante y por sobre todo, ordinario.

Al leer la contratapa del libro, recordé a aquella familia rubiecita, limpiecita, repleta de cabros chicos, de ademanes prepotentes y de hablar escandaloso, que esperaba el avión en el Aeropuerto Benito Juarez, para llevarlos a Cancún. O una vieja pelotuda que en la víspera de su partida a Miami y Disneyworld (¿Habrá un destino más siútico que ese?), llenó una gran maleta con Coca Colas y mostaza JB, aduciendo que la “mostaza de los gringos era demasiado mala”.

Recordé también a todo ese ejército de chicos UDI que partieron –junto con sus familias- a la canonización de alguno de sus santos siniestros en la Plaza San Pedro y cuya dieta eran puras hamburguesas del Mc Donalds. Se me vino también a la mente la pregunta –hecha no sin prepotencia en los restaurantes mendocinos- “¿Donde está el chorizo del bife que le pedí? Por que yo pedí un bife chorizo”. O los autos con patentes chilenas doblando en segunda fila –ante el estupor de todos- en aquella ciudad argentina.

Y llegué a la misma conclusión que la gabacha del texto; ser chileno, ante los ojos del mundo, es una horrible enfermedad. Un mal execrable que ni el tiempo, ni las revoluciones, como tampoco las buenas intenciones, logran extirpar de raíz.

Saturday, February 03, 2007

Escena II

Siempre he pensado que las mujeres con los brazos y axilas peludas, son víctimas de maleficios tipo macumba o de algún mal de corte exótico. Desde chico he imaginado que el pelo en aquellas partes del cuerpo comienza a operar un cambio, cuya recta final será la completa transformación en algún animal desconocido, cuyo rastro –como el celacanto- será reclamado por la humanidad en decenios, siglos o milenios más tarde.
O como aquellos sapos del Medioevo que, resucitados mediante ósculos inocentes, volverán a la vida, condensados en formas principescas, un tanto decimonónicas, pero adorables.

Friday, February 02, 2007

Escena I

En una de esas noches –en que las calles se encandilan, la cerveza fluye como un río de leche por las gargantas y la conversación deriva hasta nuestras taras y complejos que nos marcan cotidianamente- un interesante diálogo se registró entre Jaime, el Mingo y yo:

-Creo que si alguna vez, esta banda comienza a despegar, me voy a arrendar una limusina, voy a contratar un servicio de escorts y saldré a parrandear todos los viernes en la ciudad en la que me encuentre- dijo Jaime.

-Eres muy huevón- le espeté yo- ¿Cómo se te ocurre botar la plata de esa forma? Y se supone que si una banda es famosa, uno ya deja de gastar dinero en cosas que caen por si solas- le agregué.

-Pero ese es mi dinero- me interrumpió Jaime. ¿Y como tu vas a romper guitarras cada vez que se te presente la ocasión?

-Si –le repiqué- pero eso es un poco más sensato que tu propuesta- dije, dando por terminada la conversación.

Afuera la gente seguía bebiendo, y el Mingo movía significativamente la cabeza, dando por entendido que hay cosas en la vida, que simplemente nunca tendrán algún arreglo.