Monday, May 30, 2005

Disco 70 o Recuerdos Infantiles Decadentes

Imbuyéndome en cierto espiritu de la música disco -que una buena parte de ella era una real basura- busco que hacer, que poner en el papel, en que entretenerme. Y recuerdo trozos de vida de mi niñez, del viento azotando las ventanas, el sol implacable que en la soledad del desierto te hacía recordar las monumentales y nimias obligaciones que tu, como un parvulo o estudiante de la escuela básica con nombre de buque de la Us Navy, tenías que recordar para no caer en desgracia ante la autoridad materna y en menor medida, la docente, representada por la señorita Margarita.

La banda sonora de las pistas de baile de fines de los 70's me ayudan a hilar recuerdos, visiones, texturas y gustos. El polvo pegado a la piel, la transpiración despues de correr y revolcarse en el piso jugando en los vertederos proximos a la entrada de Chuquicamata. Las compras en la pulpería, los solitarios pimientos de la plaza del pueblo, los amigos subnormales del colegio y sus ordinarios padres. Todo confluye a la mente como agolpandose por un rincón privilegiado dentro de mis inútiles neuronas. Recuerdo por ejemplo a la Librería Chilex, un rincon en sepia poblado de juguetes de mala calidad, útiles escolares y el tono de un español, que llegó a sepultarse a dicha zona 35 años antes de su muerte. El inclemente sol dando paso a la oscuridad de la zona, era algo tenebroso y fascinante a la vez.

Sin embargo el hilo conductor de todos esos recuerdos pasa por un sentimiento de indiferencia que aun me domina. Me gusta y me aterra pensar que durante esos tiempos uno vivía completamente feliz, sin pensar que más alla de los ensambles de violines, las mañanas en la escuelita de adobe, los LP de Barry White y o las siestas en los sillones de cuero de la clínica donde trabajaba mi madre, habia gente que se la llevaba el viento, que morían, nacían y se procreaban en el exilio, que desaparecían devorados por el mar o por la misma arena que se nos pegaba al cuerpo al estar encaramados en los montones de fierro, siempre presentes en los basurales donde solíamos desarrollar nuestros juegos.

Friday, May 27, 2005

Libros y basura

Estoy leyendo un fabuloso libro de Germán Marín llamado Las Cien Aguilas... Impresionante como escribe ese hombre. Un pelotudo que anteriormente escribía en The Clinic -y que gracias a Dios que lo sacaron- cierta vez comentó que él gustosamente se agarraría a combos con Marín, emulando a Hemmingway que haría lo mismo con no se quien. Personalmente no me considero un weon experto en literatura, -es más, creo que nadie llegará ningún día a leer las estupideces que escribo - pero la verdad es que el gusto me nace más marcado por el ejericicio profesional de periodista -que no es ninguna maravilla dicho sea de paso- lo cual me faculta para hablar desde "la insolencia propia de los ignorantes", como diría el desaparecido reportero Eugenio Lira Massi.
¿A que viene todo esto? -se preguntarán ustedes- Y la respuesta es muy simple...

Sucede que la fauna literaria -a mi modesta opinión y como todas las cosas- está compuesta por especímenes de diverso pelaje... De tipos genios como Marín, la pluma medianamente asertiva de Gumucio, uno que otro trabajo de Jorge Edwards, o la ironía de Hernán Millas, y la maravillosa prosa de Teresa Calderón, hasta el resto de los pretendidos literatos chilenos, que creo que su valor está completamente sobreestimado. Aparte de su trabajo, un par de obras apenas publicables, es detestable verlos como se miran el ombligo todos los días, se erigen como los salvadores del mundo y piensan que con su alicaida prosa, revolucionarán el mundo cultural de no se que ciudad, país o planeta.

De las mujeres, mejor ni hablar, la nueva narración chilena femenina, es en su gran mayoría algo completamente vomitivo. Hay trabajos, que sin ni siquiera leerlos, intentan mostrar el lado Juanita de Arco de sus autoras; transgresión y denuncia al peo, más el correspondiente panfleto del feminismo y el drama de la mujer inferior y la wea. Como se echa de menos una Marta Brunet, o una María Luisa Bombal, que sin hacer ningún aspaviento, fueron capaces de hacer literatura de calidad que marcó a muchas generaciones de lectores que -como se sabe- sentían mucho más gusto por la literatura que lo que ocurre en la actualidad.

Se echa de menos la presencia de narradores de peso que realmente sean un aporte más allá de explotar y vanagloriar hasta el cansancio su ego y entreguen herramientas para revalidar, el mundo comun y corriente que pulula por nuestras ciudades.

Monday, May 23, 2005

Saló o los 120 días de Sodoma

Acabo de despegarme de la TV... un tanto angustiado. Hoy tuve la oportunidad de ver la última película que filmó antes de morir el director italiano Pier Paolo Passolini, titulada Saló o los 120 días de Sodoma. Cinematográficamente muy buena... la dirección excelente -como todas las películas de Passolini- el trabajo de actores impecable... Todo bien... el problema es que la historia es demasiado chocante... Hubo escenas que derechamente no las pude ver, especialmente la del banquete coprofágico, y las de las torturas finales de las victimas.
Saló o los 120 días de Sodoma es la historia de un grupo de ciudadanos respetables de la Italia de fines de la Segunda Guerra Mundial, que se establecen en una hacienda, en la cual secuestran hombres y mujeres jóvenes, para someterlos a toda clase de aberraciones.
Sin embargo, la película es buena. A través de la narración visual, Passolini -basado en un texto de Sade- establece la relación entre el sexo como la realización del hombre y la degradacíón humana como la más pura escencia de la verdad. Habilmente, el director italiano relaciona estos tópicos con la maquinaria montada por el fascismo para anular al hombre en sus dimensiones afectivas, religiosas, políticas y filosóficas. A través de 3 tópicos (manías, sangre y mierda), en los cuales se desarrollan los acontecimientos , Passolini deja de manifiesto como las antiguas generaciones van corrompiendo a las que surgen para nivelar a sus componentes, dentro de la misma mediocridad en la que se desenvuelven sus predecesores.
Sin lugar a dudas, Passolini establece visualmente el papel del fascismo en todo orden, con lo cual el espectador puede reconocer prácticas y lugares comunes presentes en todos los regímenes en los cuales está presente dicha doctrina.

Monday, May 16, 2005

Un par de relatos de pelos !!!!!!! (mios, obviamente)

La Tinta y las Venas

Me desperté sobresaltado. Gotas de transpiración manaban de todo mi cuerpo, mientras mi lecho poco a poco se había convertido en un lodazal, una mezcla infame de sudor, semen y lágrimas negras que, durante horas interminables, no paraban de manar desde mi cuerpo.

Haciendo recuerdos y separando lentamente lo concreto de lo confuso, la situación era la siguiente: me encontraba en un cuarto blanco de proporciones descomunales. Desde el lugar donde me encontraba no podía vislumbrar las dimensiones de dicho espacio, ni separar el alto y el ancho de las paredes. Mi indumentaria era la de un típico caballero inglés de comienzos del siglo XX: levita, frac blanco, humita blanca, sombrero hongo; prendedores y colleras de oro. Parecía que en mi cara, en cualquier momento se iniciaría la Primera Guerra Mundial. Sin embargo hasta ese momento, nada parecía preocuparme. Como un niño y echado de guata en el suelo, solo me ocupaba de escribir con un gran lápiz de tinta roja, pliegos gigantescos de papel de un olor fragante; las mejores páginas de prosa, las cuales iban destinadas a cartas que algún día –según pensaba yo- me convertirían en el rey del mundo, o en el secreto mejor guardado de la literatura.
La caligrafía isabelina plasmada en cada rollo de papel, hinchaba mi cuerpo con la fuerza de cien toros robustos, y palabras, frases, relatos y ensayos iban dándole brillo a todos los inmaculados rincones de ese cuarto.
Escribía con un placer orgásmico. La punta de la pluma llegaba a echar llamas al momento de pasar frente a las hojas y hojas que a cada momento salían de mi mano. Como expresé anteriormente; estilo y corrección impecables, palabras precisas. Sensaciones traspasadas al papel con una asertividad impresionante para un ser tan básico como yo.
Cuando ya estaba en la cumbre de mi labor, la pluma saltó sobre el papel. Como una ameba hambrienta de sangre y carne fresca, la tinta roja de ésta, tomando el lugar de una mancha sin forma, iba devorando los papeles, mis palabras y el cuarto. El blanco inmaculado dio origen a un rojo encendido de rabia, que a cada momento fundía traje, papel, lápiz y textos recién hechos.
Intenté acercarme a la mancha en el papel y un intenso ardor se apoderó de mis extremidades. Grande fue mi horror al percatarme que mis dedos poco a poco se iban separando de las manos para formar un amasijo espantoso con la tinta, que con el correr de las horas y en una perfecta y dolorosa comunión con mi arruinado cuerpo, iban transformando a aquel blanquecino cuarto en un estanque de aquel líquido corrosivo emanado de la pluma, que como una planta carnívora, iba arrasándolo todo.
Lo último que recuerdo, -antes de despertarme consumido por el pavor y la tensión de aquellas horas terribles- es haberme estado elevando, en compañía de demonios alados sin forma ni conversación que a puntapiés marcaban el camino oscuro hacia la redención…

Ayiguna

Pese a las advertencias, seguí manejando por aquella ruta prohibida. Ambos lados del camino semejaban una tierra arrasada por un viento lúgubre y siniestro. Los árboles tronaban por un viento que aullaba como un lobo pequeño gimiendo de dolor. Millones de pequeñas hojas eran azotadas por corrientes de aire que parecían encender aun más el enrarecido ambiente.
Cuestas y cuestas me acompañaban por mí peregrinar, mientras mi mujer a cada momento, agarraba cada vez con mayor fuerza un pañuelo blanco entre sus también pálidos dedos. Intermitentemente la luna se escondía entre jirones de nubes que a cada momento cubrían determinados pedazos de cielo. El viejo Dodge del 65 parecía a cada instante avanzar directo al matadero, mientras sus grandes llantas, sus faros neblineros y demás artilugios de seguridad parecían no servir de nada, en medio de la cerrazón de la noche.
Antiguas leyendas de las montañas del norte de Canadá tienen reservado un nombre -Ayiguna- para aquellas jornadas de misterio que son vedadas para los nativos. Aquellos mismos relatos anunciaban la presencia de un monstruo gigantesco, que iba engullendo por los caminos a los incautos que se atrevían a merodear por los senderos de la zona. La población indígena describía pozos negros –anfitriones de la oscuridad- que mediante luces semejantes a fuegos de artificio, invitaban a aquellos infieles a poner un pie, para no volver jamás por sus antiguos pasos.
Creo que nunca podré establecer porque tomé la determinación de seguir esa noche. Tanto en la posada, como oficiales de la Real Policía Montada, nos advirtieron majaderamente que pasaramos la noche en el pueblo y retomar la senda a la jornada siguiente.
Sin hacer caso –hablo por mí y no por Margareth quien pese a seguirme en mi aventura se encontraba aterrada por la crudeza de los relatos- me subí resuelto al coche y partí con decisión a conquistar aquellas montañas. Sin percatarme me vi envuelto en aquel horrible páramo, sin salida para ninguna de las direcciones expuestas en los mapas. Poco a poco la situación iba haciéndose aun mas engorrosa, hasta que, un poco antes de alcanzar la cumbre la cuesta Dunhill, que divide Alberta con las tierras de la British Columbia, un juego de luces de todos colores me encandiló. Como pequeñas abejas equipadas con linternas, unos finos haces luminosos, hipnotizaban con su danza y con sus juegos nuestros sentidos, hasta el punto de perder toda noción de tiempo y espacio existente en la zona. Como un proceso que no iba a terminar nunca, dichos juegos luminosos dieron paso a una luz muy potente, un fulgor casi atómico, que hizo que nuestras miradas se extinguieran, para dar -casi enseguida- paso a una oscuridad total, un mundo húmedo y caluroso, sin árboles ni vida en kilómetros a la redonda.
El asfalto había dado paso a la piedra rudimentaria, mientras que los bosques se transformaban en una masa informe de malezas, lianas y helechos. O al menos eso era lo que se podía distinguir entre la oscuridad.
Avanzamos con cautela por el pedregoso camino, contemplando a cada vuela de rueda aquel paraje envolvente, donde el sonido de alimañas extrañas poco a poco nos iba carcomiendo nuestra sensibilidad.
Ya vencidos por no saber donde estábamos y el cansancio por encontrar una salida lógica a nuestra situación, nos echamos a dormir en el asiento trasero del Dodge. Grande fue nuestra sorpresa al encontrarnos a la mañana siguiente con oficiales de las diversas guarniciones de policía de la zona; todos con vistosos membretes de la Provincia de Misiones y aun más grandes de la República Argentina.
Aun pasmados, a un paso de volvernos locos y sin saber ni una pizca del idioma de aquellas regiones, pudimos comunicarnos con los lugareños, quienes, espantados por nuestro fantástico relato nos encerraron en esta oscura prisión, lugar del cual declaro estos hechos, antes de ser deportado por demencia a América del Norte.

Thursday, May 12, 2005

Santiago el siglo XXI; Un ciego guiando a los ciegos...

Esta tarde, mientras esperaba que el semáforo diera la luz verde para poder cruzar en la esquina de Morandé con Alameda, fui testigo de un espectáculo dantesco. Y les voy a explicar porque.

Una de las imágenes más impresionantes de Santiago y que a mi modesto juicio es parte de la tradición republicana de Chile, es aquella en la que aparece por un lado la Iglesia de San Francisco, teniendo como telón de fondo la Cordillera de los Andes, en perfecta conjunción con el puro chile es tu cielo azulado. Casi una pérgola de las flores (que antiguamente estaba ubicada frente a la fachada del edificio religioso dedicado a Pancho el Santo). La imagen anteriormente descrita debe haber sido una de las imágenes más reconocidas de Santiago, tanto por la belleza del templo dedicado a San Francisco, como por la conjunción de este con el valle capitalino.

Sin embargo hoy todo cambió. Pese a que el templo estaba ahí, también lo estaba el cielo y muy probablemente la cordillera, la característica torre mayor de la iglesia reposaba sobre un fondo blanco de concreto, la pared poniente de un gran edificio recién levantado en la esquina ocupada por el antiguo cine Santa Lucía. En fin, como diría Juan Becerra, una perfecta brutalidad.
Construcciones de concreto armado, con nuevas líneas, con paredes y departamentos dignos de un catálogo de Falabella, irrumpieron en el corazón del Santiago del siglo XX, para que –al igual que el desarrollo inmobiliario de las zonas mas importantes de edificación de esta gran ciudad- se fuera todo transformando en un vil lucro. Una real y verdadera lastima. Al captar la imagen y el encuadre por mis cuencas, me di cuenta que lo único que deseaba en ese momento era ser alguien parecido a Godzilla, para poder acabar con todos esos esperpentos arquitectónicos que mas que ser feos, enanos y funcionales a ultranza, revelan la pequeñez mental de sus creadores, la poca falta de visión y el desapego a una ciudad con una historia entretenida, elegante y la mayor parte del tiempo funcional a la calidad de vida para con sus habitantes. El vil dinero. Conchas de su madre!!!!!!!!!!

Thursday, May 05, 2005

enloquecida segunda patita

buena gente...

A mucha gente no le gusta Spiritualized, pero un grupo que mezcla lo mejor del gospel, con la chala de la época más hardcore de John Coltrane y delicados sonidos tipo Pet Sounds. No es precisamente como para regodearse... pero que le vamos a hacer... ahora estoy pegado en un tema de Camper Van Beethoven llamado TurKish Jewerly... buenisimo... tiene algo de música galesa que impresiona de sobremanera... algo asi como los momentos más brillantes (o sea casi todos) de Fairport Convention....