En una de esas noches –en que las calles se encandilan, la cerveza fluye como un río de leche por las gargantas y la conversación deriva hasta nuestras taras y complejos que nos marcan cotidianamente- un interesante diálogo se registró entre Jaime, el Mingo y yo:
-Creo que si alguna vez, esta banda comienza a despegar, me voy a arrendar una limusina, voy a contratar un servicio de escorts y saldré a parrandear todos los viernes en la ciudad en la que me encuentre- dijo Jaime.
-Eres muy huevón- le espeté yo- ¿Cómo se te ocurre botar la plata de esa forma? Y se supone que si una banda es famosa, uno ya deja de gastar dinero en cosas que caen por si solas- le agregué.
-Pero ese es mi dinero- me interrumpió Jaime. ¿Y como tu vas a romper guitarras cada vez que se te presente la ocasión?
-Si –le repiqué- pero eso es un poco más sensato que tu propuesta- dije, dando por terminada la conversación.
Afuera la gente seguía bebiendo, y el Mingo movía significativamente la cabeza, dando por entendido que hay cosas en la vida, que simplemente nunca tendrán algún arreglo.
-Creo que si alguna vez, esta banda comienza a despegar, me voy a arrendar una limusina, voy a contratar un servicio de escorts y saldré a parrandear todos los viernes en la ciudad en la que me encuentre- dijo Jaime.
-Eres muy huevón- le espeté yo- ¿Cómo se te ocurre botar la plata de esa forma? Y se supone que si una banda es famosa, uno ya deja de gastar dinero en cosas que caen por si solas- le agregué.
-Pero ese es mi dinero- me interrumpió Jaime. ¿Y como tu vas a romper guitarras cada vez que se te presente la ocasión?
-Si –le repiqué- pero eso es un poco más sensato que tu propuesta- dije, dando por terminada la conversación.
Afuera la gente seguía bebiendo, y el Mingo movía significativamente la cabeza, dando por entendido que hay cosas en la vida, que simplemente nunca tendrán algún arreglo.
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