Monday, July 18, 2005

El Chongo Morales vs. el Clarinete; Noches de Pluma y Lentejuelas... (Pt.1)

Correctamente vestido de punta en blanco, el muchacho tomó su clarinete, lo apoyó en sus labios y atento a las instrucciones del director de aquella desvencijada orquesta, esperó los cuatro tiempos reglamentarios y desde el fondo del escenario comenzó a sonar una descolorida versión de "One O' Clock Jump". El espectáculo era siempre el mismo; la orquesta, dos o tres vedettes aficionadas y de plato de fondo, cualquier película norteamericana de antes de la guerra. En eso gastaba sus días Francisco, un novel músico salido de los prostibulos de la provincia, en los que se ganaba el pan para alimentar a su madre y a sus dos hermanos pequeños.
El chico ya llevaba siete meses en la capital y alojado en uno de los tantos conventillos del barrio de la Chimba, podia mantener estrechamente a su familia, ubicada en la costa cercana a Santiago.
No era mala la pega de Francisco en el "Africa", pero el gran problema del Santiago en ese tiempo, era la ausencia de lugares en los cuales se pudiera escuchar música de calidad, apreciar belleza femenina o números de humor. Por esta razón es que, entre su clarinete, sus viejos discos de 45, y el sucio y viejo camastro de su conventillo, el muchacho pasaba sus días soñando en neones brillantes, y con la manera de llegar lejos en el mundo del vodeville.
Siguiendo este ritmo, pasaron semanas. Meses. Y también tres años. Pero segundo a segundo, y día tras día al mirarse frente al espejo, después de calzarse la humita blanca y el traje de correcta etiqueta planchado por doña María la noche anterior, Francisco se soñaba en la Quinta Avenida, formando parte de la orquesta de Dorsey, con los fraseos de Basie o con los nuevos y revolucionarios sonidos del recien parido be-bop, estilo que amenazaba la supremacía de las orquestas de jazz propias de los años 40's.
Hasta que un día, dateado por uno de sus compañeros de banda, llegó a las puertas del Teatro Ópera. Se decía que lo que se estaba incubando en aquel lugar iba a cambiar para siempre la faz de la noche santiaguina. De esta forma y después una larga y angustiosa espera, tuvo un esperado encuentro con Mr. Day, el cerebro y promotor del lugar.
-¿Sos músico?, inquirió el empresario.
-Así es Mr. Day, llevo cuatro años tocando en el África, respondió el muchacho, quien en ese momento, tiritaba de sólo pensar en las preguntas que le hacía el dueño del lugar.
-¿Conoces música cubana?
-Si, harto - se apresuró a contestar el muchacho- La he practicado desde mi infancia en la...
-Pero si aun eres tu un mocoso, interrumpió Day ¿Que edad tienes?
-Veinte años señor...
-Bueno -dijo Mr. Day... Quedás a prueba un par de meses. Decile al director de orquesta que te de un puesto un par de días a la semana...
-Muchísimas gracias mister...
Dirigida por Tedesco, un argentino malas pulgas recien llegado al país, dicha banda acostumbraba a mezclar jazz en su repertorio, con lo mejor de la música de Broadway y varias melodías cubanas que -una vez inaugurado el local- harían la delicia de los caballeros, turcos de autos descomunales, y viejos verdes que, noche tras noche coparían el teatro, en busca de belleza fememina y una que otra copa, para pasar -en aquel Broadway santiaguino- las remolonas tardes provincianas de la capital de Chile.
Francisco no pudo sentirse mejor. Ya tenía asegurado -con algo de suerte- un puesto relativamente estable dentro de una de las orquestas del que sería el mejor cabaret de Santiago. Y si bien no era un gran interprete, el tesón del novel clarinetista había dado que hablar entre los músicos de los prostibulos de San Antonio y Cartagena.
Pequeño, enjuto y algo malformado, Francisco había demostrado que el caracter que imprimía a las notas de su instrumento, hacía que su pequeña figura fuera adquiriendo presencia en momentos en que los sonidos del clarinete, apuntalados por los neones del escenario, inundaban plumas, encajes y caderas, a los movimientos de las coristas y primeras figuras de los números de baile.

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