Monday, July 11, 2005

Ramiro y el mar de copas (Pt.4)

Apresuradamente el niño Ramiro pretendió huir de la casa familiar. Dos pingos ensillados, unas alforjas con frutas y otros productos de la zona, más un par de mudas de ropa, le entregaban al señorito de la casa la oportunidad de aplacar la ira de su progenitor, del cual estaba seguro que le daría caza, para aplacar la afrenta caida en la familia durante la última jornada.
Sin lugar a dudas, los pormenores de los sucesos de la noche anterior habían causado conmoción en la pequeña comunidad de Villa Alegre. La conducta de los chicos fue el comentario obligado a la salida de la misa, a la que estaba sometido diariamente "el sexo devoto" del villorio. Y precisamente las féminas del pueblo fueron las encargadas de repartir el rumor por los cuatro vientos de la comarca.
Todos -sirvientes y patrones, familia e inquilinos- vieron llegar a la madre de la criatura con una cara semejante a un muerto viviente. Por lo visto, los rumores que escuchó en la plaza del pueblo, dejaron a la reina madre de la familia en estado catatónico. Miradas inquisidoras la acompañaron durante todo su recorrido por la plaza del pueblo hasta que, frente al escaparate del almacén de Don Pedro ésta cayó sin sentido, desmayada por la impresión de los rumores que como un azote se ensañaron sobre ella.
Mientras el señorito Ramiro terminaba de ensillar sus caballos, vio llegar el Studebaker descapotable de su padre a toda velocidad, con su madre media muerta en el asiento del volante. Aliro el inquilino de confianza, sólo atinaba a remojar con un pañuelo la frente de su patrona, mientras el automóvil cruzaba de regreso el vasto antejardín de la casa a toda velocidad.

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